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viernes, 29 de junio de 2012

Carmencita de Tempera Mental de Horacio Fontova


Bloody Mary


La casa de la torre


La tortuga gigante de Horacio Quiroga

Continuación del cuento...


El hombre, que había cuidado de la tortuga, se volvió a enfermar y le vino una fiebre muy alta, que subía cada vez mas, hasta que perdió el conocimiento. 
El hombre delirando decía: -Estoy solo, ya no puedo levantarme más, y no tengo quien me dé agua, siquiera. Voy a morir aquí de hambre y de sed.
Y entonces la tortuga lo escucho, y se dijo a si misma: —El hombre no me comió la otra vez, aunque tenía mucha hambre, y me curó. Yo le voy a curar a él ahora.
Inmediatamente después de esto la tortuga fue en busca una cáscara de tortuga chiquita para allí poder almacenar agua y llevársela al hombre enfermo y también raíces ricas para que pudiese comer.
El cazador comió así días y días sin saber quién le daba la comida, y un día recobró el conocimiento. Miró a todos lados, y vio que estaba solo, pues allí no había más que él y la tortuga, que era un animal. Y dijo otra vez en voz alta:
—Estoy solo en el bosque, la fiebre va a volver de nuevo, y voy a morir aquí, porque solamente en Buenos Aires hay remedios para curarme. Pero nunca podré ir, y voy a morir aquí.
Pero también esta vez la tortuga lo había oído, y se dijo:
—Si queda aquí en el monte se va a morir, porque no hay remedios, y tengo que llevarlo a Buenos Aires.
Y así la tortuga fue en busca de finas pero fuertes enredaderas y amarró a su caparazón al pesado hombre, junto con el mate, la escopeta y las pieles y así comenzó su heroico viaje.
La tortuga camino así días y noches cargando el peso del hombre en su caparazón, aunque de vez en cuando hacía paradas y dejaba al hombre en pasto seco e iba en busca de agua y comida para el enfermo.
A veces tenía que caminar al sol; y como era verano, el cazador tenía tanta fiebre que deliraba y se moría de sed. Gritaba: ¡agua!, ¡agua!, a cada rato. Y cada vez la tortuga tenía que darle de beber.
Y así camino semana tras semana, cada vez estaba mas cerca de Buenos Aires, pero ella también se iba debilitando, cada día tenía menos fuerza, aunque ella no se quejaba.
A veces se quedaba tendida, completamente sin fuerzas, y el hombre recobraba a medias el conocimiento. Y decía, en voz alta:
—Voy a morir, estoy cada vez más enfermo, y sólo en Buenos Aires me podría curar. Pero voy a morir aquí, solo, en el monte.
El hombre aún creía que seguía en la ramada, porque era tanto el deliro, que no se daba cuenta que se estaba moviendo.
La tortuga se levantaba entonces, y emprendía de nuevo el camino.
Pero llegó un día, un atardecer en que la tortuga no podía mas, se le habían agotado sus fuerzas y se acostó en el suelo.
Cuando cayó del todo la noche, vio una luz lejana en el horizonte, un resplandor que iluminaba el cielo, y no supo qué era. Se sentía cada vez más débil, y cerró entonces los ojos para morir junto con el cazador, pensando con tristeza que no había podido salvar al hombre que había sido bueno con ella.
Pero un ratón de la ciudad —posiblemente el ratoncito Pérez— encontró a los dos viajeros moribundos.
—¡Qué tortuga! —dijo el ratón—. Nunca he visto una tortuga tan grande. ¿Y eso que llevas en el lomo, qué es? ¿Es leña?
—No —le respondió con tristeza la tortuga—. Es un hombre.
—¿Y adónde vas con ese hombre? —añadió el curioso ratón.
—Voy... voy... Quería ir a Buenos Aires —respondió la pobre tortuga en una voz tan baja que apenas se oía—. Pero vamos a morir aquí, porque nunca llegaré...
—¡Ah, zonza, zonza! —dijo riendo el ratoncito—. ¡Nunca vi una tortuga más zonza! ¡Si ya has llegado a Buenos Aires! Esa luz que ves allá, es Buenos Aires.
Al darse cuenta la tortuga recobró sus fuerzas y retomó su heroico viaje.
Cuando era de madrugada todavía, el director del Jardín Zoológico vio llegar a una tortuga embarrada y sumamente flaca, que traía acostado en su lomo y atado con enredaderas, para que no se cayera, a un hombre que se estaba muriendo
El mismo reconoció a su amigo al instante y le dio medicamentos para la fiebre con los que se recuperó rápidamente.
Cuando el cazador supo como lo salvó la tortuga, como recorrió ese largo camino solo para que lo socorrieran, nunca mas se quiso separar de ella.
Y como él no podía tenerla en su casa, que era muy chica, el director del Zoológico se comprometió a tenerla en el Jardín, y a cuidarla como si fuera su propia hija.
Y así fue. Feliz y contenta con el cariño que le tienen, pasea por todo el jardín, y es la misma gran tortuga que vemos todos los días comiendo el pastito alrededor de las jaulas de los monos.

La niña del ascensor


La niña del ascensor

La leyenda cuenta que una noche de agosto de 1997 en Montevideo estaban cuatro compañeros estudiando para un examen José, Rodolfo, Natalia y Leticia. Se encontraban el apartamento donde vivía Rodolfo en el piso 12 y como ya habían terminado de estudiar y afuera llovía torrencialmente decidieron jugar al juego de la copa. La primera en preguntar fue Natalia que dijo: -¿hay alguien?- La copa no se movía y los amigos se quedaron esperando cuando al cabo de 5 minutos la copa comenzó a girar por toda la mesa. Natalia preguntó   -¿Quién sos?- el fantasma no respondió y ellos se dieron cuenta de que no quería revelar su identidad. En ese momento Leticia preguntó                       -¿conoces a alguno de nosotros?-  La copa comenzó a moverse sobre donde decía sí. Los chicos asustados preguntaron   -¿A quién?- la copa comenzó a marcar  “José”. Más qué rápido José se despidió de sus amigos y se fue, intento marcar varias veces el ascensor pero no bajaba y cuando recién bajo aunque intentaba y intentaba no podía abrir la puerta, José decidió bajar por las escaleras y cuando llego a planta baja se dio cuenta de que habían rejas para la misma seguridad del edificio y el no tenía llaves. En ese momento José decidió volver al apartamento de su amigo y pedirle las llaves pero cuando llegó se encontró con que sus amigos seguían jugando. Rodolfo le pidió que se quedara y José un poco indeciso le contesto que si pero que no iba a jugar sino solo a mirar. Natalia preguntó si José podía estar allí, el fantasma dijo que si y comenzó a moverse marcando “yo lo hice”, nadie entendió nada entonces Natalia preguntó: -¿Qué hiciste?-. El fantasma respondió: -la puerta-. José comenzó a ponerse cada vez más pálido del susto. Los chicos preguntaron ¿por qué? Entonces el fantasma respondió: -Me gusta José- en ese momento todos quedaron asustados y más aún cuando a los pocos minutos marcó -José no se va- Natalia se despidió de la manera correcta y cerró en juego. Estaban todos muy asustados y decidieron irse entonces Natalia , Leticia y José marcaron el ascensor y no hubo problema pero cuando José subió dijo haber visto una figura como de una niña de 12 o 13 años, rubia , Leticia y Natalia no vieron nada y cada uno se fue para su casa.
A los meses del hecho los chicos comenzaron a investigar sobre lo sucedido y descubrieron que en ese edificio en el piso 12 había muerto una niña con esas características, pero nadie sabe la causa del fallecimiento.

La leyenda del arroyo


Serafín J García  ha perpetuado esta historia de heroísmo  tal vez desconocida por gran parte de nuestra juventud, rememorémosla:

 Dionisio Díaz

Dionisio Díaz (1920 - 1929) Protagonista de una de las historias populares más increíbles de la narración uruguaya. Nació el 9 de mayo de 1920 en el pequeño poblado de Arroyo de Oro (hoy Mendizábal) en el departamento de Treinta y Tres, Uruguay. Vivía con su madre, su abuelo y su pequeña hermana a la que él adoraba. Poseían una pequeña granja en la que trabajaban y con ella sobrevivían. La tragedia aconteció en la medianoche del día de cumpleaños de Dionisio, el 9 de mayo de 1929, cuando su abuelo, sumido en un ataque de locura, apuñaló a su madre. Cuando Dionisio se enteró, ésta ya estaba muerta. Fue entonces por su hermanita, la cual dormía plácidamente en su cuna. Cuando la tomó, su abuelo le dio una puñalada tan grande que literalmente le atravesó el abdomen. Se ocultó de su abuelo, cubrió su gravísima herida con sábanas, esperó por horas una ocasión propicia y caminó 9 kilómetros hasta el entonces Poblado del Oro, donde dejó a su hermanita en un destacamento policial. Lo vio el médico local que ordenó su internación inmediata en el hospital departamental de Treinta y Tres. Al otro día un coche particular que pasaba por el lugar se ofreció a llevarlo. Al llegar al hospital, Dionisio fallece. Su tragedia es evocada como un verdadero ejemplo de estoicismo y lucha ante la adversidad. Se le conoce también como el "héroe del Arroyo de Oro"

jueves, 28 de junio de 2012

Encuentro de muy buenos lectores.

Estuvimos en el Encuentro de Muy buenos lectores, organizado por la Fundación Lolita Rubial, que este año tuvo la participación especial del Inspector de la asignatura Idioma Español, Pfsor. Jorge Nández. Agradecemos a la compañera Ana Esponda que nos acompañó, a cada uno de los que leyeron: Gabriela Osorio, Claudia Techera, Camila Rodríguez, Mauricio Eizmendi, Facundo Evora y quien emite, Prof Ana Laura Gorgoroso.
El liceo recibió por la participación, diplomas y un libro para la biblioteca. Celebramos lo saludable de la instancia compartida.